Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Cuatro

Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo CuatroDaniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Cuatro

    Leire accede a la cafetería deteniéndose un momento en la entrada, desde donde puede ver a todos los viajeros. Están en completo silencio, no sabe si han enmudecido ante su aparición, o ya estaban callados de antemano; lo único que hacen es mirarla ella, quizá esperando alguna explicación. La policía pasea su mirada por cada uno de ellos, buscando infructuosamente indicios de nerviosismo o algo parecido.

Sentadas en los dos únicos asientos, justo al lado de la barra, están la señora mayor del perro y una chica joven. La señora abraza a su mascota como si quisiera esconderla y protegerla del virus que ella misma sospechó en el ya difunto; mira un momento a la inspectora e inmediatamente, haciendo signos evidentes de reprobación con la cabeza, se vuelve a centrar en los mimos al animal. La chica joven, de unos veintitantos años, aguanta un rato más observando a Leire; lo hace con poco disimulo, pero a la policía le da la impresión de que más bien está haciendo un repaso inocente de su aspecto, como se miran a veces dos mujeres entre sí. La joven, una vez que parece satisfecha, sonríe abiertamente, aprobando así su aspecto, y se gira hacia el perrito intentado que su propietaria le abra un resquicio para poder acariciarlo.

Detrás de ellas, de pie, están tres hombres. Uno de ellos, pegado a la ventana que está cerca de las dos mujeres, es un chico también joven, quizá algo mayor que la chica sentada cerca de la barra. Viste vaqueros gastados y una camiseta de Los Ronaldos; es, sin duda, el más alto de los allí presentes. Sus ojos se cruzan un momento en los de la policía, justo cuando ella le mira a él, pero rápidamente vuelven a concentrarse en el paisaje exterior. Leire le observa con un poco más de detenimiento, parece incómodo –o le da la sensación a ella– y al seguir su mirada al exterior comprueba cómo la marcha del tren ha disminuido considerablemente; además, el paisaje, más urbano, le indica que están entrando en Madrid. “Tengo que darme prisa” piensa la inspectora.

También de pie, pero en el otro lateral vagón, están los dos últimos pasajeros: dos señores que, como los demás, se han quedado mirándola, esperando alguna novedad. Uno de ellos, de edad parecida a la del difunto, no aparta la mirada cuando se cruza con la de la policía, se la mantiene hasta que la retira ella. Es un hombre de pelo escaso y cano, bien peinado hacia atrás, que viste arreglado, con camisa y corbata, pero con una chaqueta de lana fina, “como la mayoría de los abuelos” reflexiona Leire. Se le ve tranquilo y paciente ante la extraña situación. Y el último viajero es otro señor, este de mediana edad, mayor que Leire, pero evidentemente más joven que su acompañante –al menos en ese momento–, también trajeado y seguramente acostumbrado a ello como indica el nudo laxo de la corbata que suelen lucir los que la llevan a diario. Tiene a los pies un maletín típico de ejecutivo o comercial y, aunque mira como todos a la inspectora, su cuerpo girado hacia el lado contrario indica que debía estar hablando con el otro señor. Cuando Leire lo analiza, percibe como se incomoda y evita la situación colocando mejor su maletín, que se ha inclinado con un movimiento del tren.

La inspectora es consciente de que todos esperan que ella diga algo, y va a iniciar unas palabras de tranquilidad cuando le sorprende a su izquierda la voz de Oriol, el revisor, que sale del espacio de trabajo que tienen los camareros detrás de la barra y se apoya en la misma con naturalidad.

–Qué tal inspectora, ¿quiere usted tomar algo? –y haciéndole una mueca de complicidad sigue–, Renfe invita.

Leire se da cuenta de que es el único algo consciente de la situación y decide hablar con él primero, pero sin que los demás estén presentes, aunque eso implique el riesgo de que pueda ver al muerto. Necesita saber si han estado todos allí, juntos, o alguno ha salido de la cafetería.

–No gracias Oriol, está todo bien –le responde.

Por educación, antes de centrarse en el revisor, se interesa primero por el grupo.

–¿Y ustedes, están todos bien?

–¿Cómo vamos a estar bien si hemos podido contagiarnos del coronavirus? –responde airada la señora del perro.

La inspectora aprecia un asentimiento generalizado del resto del grupo. No puede dejar que se alarmen, ya habrá tiempo para eso cuando no les dejen salir del tren y descubran que el señor de fuera, además de ser sospechoso de tener el virus, está muerto. Tiene que darles sensación de confianza.

–La entiendo señora. Si me permite, para dirigirme a usted, ¿su nombre es?

–Rosario Muñoz Aramendi –responde altiva.

–Bien, Rosario, no se preocupe que ya me he puesto en contacto con mis superiores en Madrid y están tomando todas las medidas necesarias para atendernos en cuanto lleguemos. Habrá un equipo médico esperándonos y nos indicarán como proceder.

–Y espero que también un veterinario –le contesta ella abriendo un poco sus brazos y mostrando al perro–, porque ya me dirá qué sabe un médico sobre el coronavirus en las mascotas.

–No se preocupe por su peludito, señora –interviene la chica joven que la acompaña en la barra–. Soy veterinaria, o casi, porque solo me falta el trabajo de fin de grado para terminar, y le puedo confirmar que los perros no sufren el coronavirus, al menos este que nos está afectando a las personas ahora.

La señora, al conocer los estudios de su interlocutora, relaja su postura hacia ella y permite que acaricie a su mascota. Leire aprovecha que la mujer relaja su enfado hacia ella e interviene de nuevo dirigiéndose a la estudiante.

–Gracias…

–María, María García –responde la joven.

–Gracias María –y comprobando que ninguno de los allí presentes dice nada más, retoma su intención de salir con el revisor –. Si me permiten vamos a salir un momento Oriol y yo, para organizar nuestra llegada –no se le ocurre otra excusa–, y en cuanto tenga claro qué tenemos que hacer, yo les informo.

El joven y el de aspecto de jubilado asienten, el caballero del maletín va a intervenir, pero Leire se le adelanta. Necesita saber qué ha pasado y el tren cada vez disminuye más su velocidad.

–Oriol, si me acompañas un momento –le dice señalando a la puerta de la cafetería.

El aludido sonríe. La inspectora tiene cada vez más claro que, cuanta más importancia le de a su cargo de empleado de Renfe, y eso le signifique ante los demás como miembro de la autoridad, más a su favor lo va a tener, y va a necesitar su apoyo cuando se descubra que el enfermo ha fallecido.

Salen los dos de la estancia y, una vez fuera, aunque Leire intenta que el revisor se quede de espaldas al vagón de pasajeros, este se gira y consigue mirar a su interior. La postura del muerto, ya sentado más fisiológicamente, pero con los ojos abiertos y la mirada inerte fija en el techo, su tez pálida y la boca medio abierta, hace muy evidente su falta de vida. Oriol alcanza a verlo, se queda mirándole fijamente, como si no se creyera lo que está viendo, hace dos o tres intentos de hablar sin conseguirlo y por fin acierta a tartamudear.

–Pero ese señor…, ese señor…, está… –y mirando a Leire cambia la afirmación a interrogación– ¿está…?

–Está muerto –le confirma ella más directa de lo que debería hacerlo.

El revisor mira alternativamente al muerto y a la policía. Es evidente que no sabe qué hacer. Leire, poniéndose un dedo en los labios, le indica que no se alarme y sobre todo que mantenga el silencio; con la otra mano le señala el vagón cafetería donde les espera el resto. Oriol parece entender y hace un esfuerzo por tranquilizarse. Centra entonces su mirada en la policía, esperando instrucciones.

–Ese hombre está muerto, Oriol –le repite ella, como asegurándose de que es consciente de la situación–, y no estoy segura de que nos haya dejado de forma natural.

El revisor le mira con los ojos muy abiertos.

–¿Quiere decir que…?

–Que puede ser que alguien se lo haya cargado.

–Pero eso no puede ser…, ¿cómo?, ¿y por qué?

–No tengo ni idea. Por eso te he hecho salir. Necesito saber si alguno ha salido de la cafetería en el rato que yo he estado llamando a mis jefes. Tú los has acompañado todo el rato.

El revisor parece pensar un poco. Intenta no mirar al interior del vagón de pasajeros. Por fin responde.

–Creo que no…

–¿Crees, Oriol? –le interrumpe ella– Tienes que estar seguro.

–Al entrar a la cafetería les he ofrecido tomar algo. En principio, ninguno me ha pedido nada, pero luego el señor más mayor me ha pedido un café y algo dulce de comer. Me he pasado a la parte de dentro de la barra y he buscado por las neveras a ver qué teníamos, y en ese momento no estaba viendo a todos. Sí, he oído como alguno de los pasajeros ha salido de la cafetería, porque he oído la puerta, pero me temo que no he visto quien ha sido.

–¿Y alguien ha llegado a salir?, ¿y no tienes ni idea de quién ha podido ser? –le atropella con las preguntas Leire.

–Mmmm, no, lo siento –responde Oriol tras pensarlo un poco–. Sí he oído al señor del traje decir que se había dejado algo en el vagón –Leire piensa en el maletín que tenía ese viajero junto a sus pies, no le había dado la sensación de que lo hubiera cogido al salir–, y el otro quería pasar al baño.

–¿Pero ha salido de la cafetería entonces? –pregunta algo enfadada Leire.

–Alguien sí…, pero muy poco tiempo. En el baño estaba usted, y quien sea ha vuelto enseguida, porque cuando yo he mirado estaban todos en su sitio.

–¿Y el del traje llevaba el maletín?

Oriol duda. Se está volviendo a poner demasiado nervioso.

–El maletín… yo creo que ya lo tenía…, o no… ¡Lo siento inspectora! –exclama al final– no me he fijado.

Leire decide no presionarle más. Cuando está pensando en como continuar con la investigación, vuelven a sonar los Rolling Stones en su teléfono móvil. Mira la pantalla y reconoce el número desde el que le ha llamado antes el inspector jefe. Le hace una seña al revisor para que se quede a su lado, pero en silencio, y contesta la llamada.

 

 

Daniel Carazo Sebastián

Veterinario

Daniel Carazo: No es lo que parece, sino lo que es, foto libros daniel carazo

 

 

 

 

 

 

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