Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Décimo 

Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Décimo Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Décimo 

 La inspectora pide un momento de silencio. Les dice abiertamente que necesita reflexionar y que lo va a hacer allí mismo; no se atreve a salir del vagón y dejarlos solos. Se acomoda pegada a una ventana y cierra los ojos, como cuando hace sus ejercicios de meditación.

Lo único que aparentemente tienen en común los dos fallecidos –piensa la policía–, incluso la señora del perro, es que tenían toda la pinta de tener el coronavirus; y la señora, a pesar de estar aparentemente recuperada de la bajada de azúcar, tiene todavía un aspecto febril inconfundible. Ahí puede tener una causa: alguien, quizá por miedo al contagio, decidió matar al primer enfermo pensando que así, al colocarlo lógicamente separado de los demás viajeros, sería mucho más difícil que expandiera la enfermedad. Y lo del segundo fallecido se pudo precipitar por sus toses y el aislamiento al que los han sometido desde fuera. Esta teoría le da un motivo al asesino, pero no le aclara nada; puede haber sido cualquiera de ellos.

El comercial no lleva encima nada que le incrimine, y eso juega a su favor, pero Leire está segura de que, si registra al resto de pasajeros, a ninguno le va a encontrar nada. Sería demasiado fácil e imprudente por parte de quien haya sido; y su error con el maletín ha sido de principiante –se recrimina ella misma–, no está dispuesto a repetirlo. Es posible que en el intervalo de tiempo en que ella estaba en el aseo, antes de que se muriera el primero, Jesús Buendía hubiera salido de la cafetería, hubiera inyectado la insulina al enfermo –que estaría medio dormido y de ahí la marca en el cuello–, y hubiera vuelto a la cafetería con el resto.

Pero al igual que existe esa posibilidad con el comercial, Leire la encuentra con el resto de los pasajeros; aunque quizá no con todos: la señora mayor es más lenta de movimientos, además siempre va con el perrito en brazos, lo que le hace ser todavía menos ágil, y en su caso, además, al menos aparentemente, ha intentado ser asesinada. Por otro lado, debido a la edad de la mujer, quizá es la que más miedo debería tener a contagiarse del virus, y eso se lo ha ido dejando muy claro a Leire en todo momento. Tampoco entiende lo de su intento de asesinato: ha sido diferente a los otros dos, no tiene marcas de pinchazos y se ha recuperado con una Pepsi y un poco de tiempo. ¿Puede haber sido fingido para desviar cualquier sospecha hacia ella?

La mente de Leire pasa a María, la estudiante de veterinaria. Como los demás pudo salir de la cafetería a inyectar al primer muerto. Luego ha estado muy dispuesta con ella en todo momento, incluso le ha ayudado con el segundo muerto, pero es la constructora de la teoría de la insulina. Recordando sus estudios para llegar a ser inspectora, Leire rememora varios casos policiales en los que el asesino quiere dirigir a los investigadores para ganarse su confianza y alejarlos de sí mismos, ¿podría ser el caso de esta chica? Se acuerda de su actitud ante los dos cadáveres, demasiado normal para alguien tan joven. Y también es la que le ha llevado a dudar enseguida del comercial.

Por último, la policía se concentra en el actor. Ha pasado desapercibido en todo momento, es el más callado, el que menos ha intervenido; estuvo en contacto con el segundo muerto, pero se mareó y tuvo que salir del vagón, y sobre todo a Leire le preocupa que, como ha apuntado antes el comercial, siendo actor está acostumbrado a fingir actitudes. Además, está buscando trabajo desesperadamente y no podría permitirse ponerse enfermo con el virus. Tiene motivos económicos, que a veces son los que más obligan a las personas a realizar acciones que no quieren hacer.

Está terminado su repaso a los viajeros cuando le sacan de su ensimismamiento los Rolling Stones cantando de nuevo en su bolsillo. Leire se sobresalta, abre los ojos, comprobando que todos los allí presentes la miran fijamente y, haciendo un gesto con la mano pidiéndoles silencio, responde a la llamada.

–Inspectora… ya estamos listos para dejaros salir, pero no hemos querido intervenir sin preguntarte primero. ¿Cómo lo llevas?, ¿abrimos las puertas?

Leire es consciente de que si se rompe el ambiente de tensión y aislamiento que tienen, es fácil que al asesino le sea más fácil disimular y engañarlos, o al menos ganar tiempo para intentarlo; la inspectora siente que está muy cerca de la solución al enigma, pero necesita un poco de tiempo. Además, egoístamente, su afán profesional le hace querer solucionar ella sola la trama y salir con un detenido de ese tren.

–Espere un poco, jefe

Y sigue explicando ante la sorpresa de su interlocutor.

–Deme unos minutos para completar una conversación que tenemos pendiente aquí dentro y le aviso.

–Lo que digas, Leire. Me han dado buenas referencias de ti y me fío de tus mentores. Pero ante cualquier emergencia ya sabes que estamos preparados para abrir.

La inspectora se lo agradece y deja su teléfono encima de la mesa, demostrando a sus acompañantes que puede contactar con los de fuera en cualquier momento. Ante el poco tiempo del que dispone, tiene que ser muy fina en el siguiente paso que tiene que dar. Vuelve a sus reflexiones y se agarra al motivo del miedo al contagio, que es válido para todos. Para intentar aclarar el misterio decide exponer en alto la teoría que tiene para que cada uno pueda haber cometido los crímenes y, mientras lo hace, estudiar sus reacciones ante las evidencias. Va a tener que tirar de todos sus conocimientos de psicología.

–Bueno –empieza–, tenemos claro que aquí hay dos personas que han sido asesinadas, y todos tenemos un motivo para haberlo hecho: el miedo a que nos contagiaran el dichoso coronavirus.

Los allí presentes se revolucionan. Antes de que nadie pueda interrumpirla, la policía sigue hablando.

–Además, tenemos a esta señora.

–Rosario –interviene la aludida–, me llamo Rosario y a mí me han intentado matar.

–Eso parece –sigue Leire sin dejarse distraer–. Aparte del motivo que haya empujado a quién sea a esta locura, y si incluimos los síntomas de Rosario en la ecuación de las muertes, la teoría de la insulina también es factible, con lo que vamos a tomarla por buena.

Lo dice mirando a la estudiante, que no reacciona de ninguna manera especial: al igual que el resto, está totalmente pendiente de sus palabras. Leire continúa como si tuviera muy claro lo que ha pasado. Tiene que demostrar seguridad.

–El primer muerto tuvo que ser pinchado en el intervalo de tiempo en que yo estaba en el aseo llamando a mis jefes y os quedasteis todos aquí en la cafetería. Oriol me ha dicho que mientras él preparaba alguna consumición, alguno de vosotros salió de esta estancia.

–¡Salieron Jesús y el otro muerto! –exclama el actor.

Leire se concentra en él. Precisamente lo que está buscando es que intervengan, para que cometan algún fallo, o para que ayuden a presionar al culpable.

–¿Seguro? –le pregunta.

–Bueno –duda el joven–, casi seguro. La verdad es que no me estaba fijando en eso. Pero si el otro señor está muerto…

Leire se vuelve hacia el comercial esperando que se justifique.

–Sí, salí, incluso entré en el vagón de pasajeros. Quería coger mi maletín. Y vi al enfermo allí sentado, pero me dio la impresión de que estaba dormido profundamente.

–Pues otra vez volvemos a él –le acusa la señora del perro.

–No tiene por qué –se defiende el comercial–. Como ya he dicho vendo insulinas, y eso me da el conocimiento suficiente como para saber que el tiempo de acción es muy variable. ¡La inoculación al primer enfermo la pudimos hacer cualquiera!

La inspectora se sorprende de esa afirmación, pero deja hablar al comercial.

–Cuando nos pidieron que abandonáramos el vagón, todos… ¡y digo todos! –remarca–, pasamos al lado del enfermo. El espacio dentro de un vagón es escaso… pasamos pegados a él. Cualquiera pudimos pincharlo.

Esta posibilidad vuelve a colocar como sospechosos a todos los allí presentes, lo cual desespera a Leire. Pensaba que si conseguía que identificaran en público a quien salió de la cafetería, iba a tener al culpable contra las cuerdas, pero no ha sido así: el comercial ha salido ileso del primer ataque.

Mientras decide su siguiente intervención, Leire rumia algo dentro de su mente, algo que lleva un rato pidiendo paso, pero no consigue saber que es. La policía es consciente de que le falta algún dato, y ese dato es eso que no es capaz de aclarar en su cabeza, y seguramente la clave para resolver el caso. ¿Qué será lo que se está pasando por alto? Por más que lo intenta no consigue averiguarlo. Una vez más, es la intervención de los sospechosos la que le hace ver la luz, y es en respuesta a un comentario de María, la estudiante de veterinaria.

–Nos hemos olvidado de una cosa –dice la joven como volviendo de un lugar en el que solo estaba ella.

–¿El qué, María? –le anima a hablar Leire. Al fin y al cabo, están donde están gracias a ella.

Todos miran a la estudiante, expectantes.

–No sé si en medicina humana será igual, pero a nosotros nos recalcan en la facultad que los fracasos en los casos de perros diabéticos se deben casi siempre a una causa…

Hace una pausa en la que parece afianzar sus siguientes palabras. Por fin continua.

–…El manejo y la conservación de la insulina.

 

Daniel Carazo Sebastián

Veterinario

Daniel Carazo: No es lo que parece, sino lo que es, foto libros daniel carazo

 

 

 

 

 

 

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