Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Undécimo 

Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Undécimo Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Undécimo 

 “¡Eso es!”, exclama para sí misma Leire. La insulina tiene que estar en algún sitio –reflexiona–, y hasta donde ella sabe, se tiene que conservar en frío. Lo que está queriendo decir la estudiante es precisamente eso: que, si no está bien conservada, no hace efecto, con lo cual debe buscar un sitio refrigerado… Un rápido repaso a la estancia donde están, le da la solución: las cámaras frigoríficas de la cafetería.

La inspectora levanta la mirada y se gira hacia la barra. Allí solo está Oriol, el revisor, al cual observa pálido y muy nervioso, sin atreverse a mantenerle la mirada. El resto de los pasajeros asisten impasible, paralizado por la tensión y quizá consciente de que la policía ha dado con la clave.

–Oriol… –le llama la inspectora sin poder creerse la realidad.

El revisor está a punto de echarse a llorar, le tiembla el mentón y es incapaz de pronunciar palabra.

–Oriol, por favor –insiste ella–, pégate a la pared que tienes a tu espalda y no te muevas.

Dicho esto, y comprobando que el revisor le hace caso, Leire pasa dentro de la barra y empieza a abrir y cerrar todas las puertas que encuentra allí dentro. Por fin, detrás de una de ellas, precisamente junto a las latas de Pepsi, la inspectora encuentra el envase de un medicamento. Con un trapo que hay encima de la barra coge la medicina y la coloca encima de la barra.

–Ostia… –exclama el comercial–, es Humalog…

Leire levanta la vista y le pide que se explique.

–Es insulina de acción rápida. La fabrica Lilly, mi laboratorio, y yo la vendo habitualmente… –y dirigiéndose al revisor le increpa–, ¿qué has hecho, cabrón?

Leire por fin tiene todo claro, pero necesita una confesión que termine con la situación y le permita dar paso a sus compañeros para que entren de una vez al tren.

–Oriol –se encara con él dentro del reducido espacio de detrás de la barra–, creo que nos debes una explicación.

Oriol deja de sollozar y pasa a soportar un gran peso sobre su espalda. Se le ve totalmente hundido.

–Yo… –empieza a decir–, no me podía arriesgar…, me han obligado a trabajar y sabía que podía pasar algo así…

El revisor, con dificultad y de manera entrecortada, confiesa los hechos.

–No estaba nada planeado. En realidad, yo ni siquiera tenía que estar hoy trabajando; estoy pendiente de una baja por ser de riesgo ante el coronavirus… Pero me han llamado a primera hora para decirme que me tenía que incorporar, precisamente porque tenían que añadir este anexo al tren en el que viajamos. Las medidas de seguridad exigen que la distancia entre viajeros sea mayor de la habitual, y los pasajeros no cabían en el convoy habitual. Por eso han decidido unir este vagón y cafetería, para que quepan ustedes y viajen cómodos.

–¿Y que ha pasado Oriol? –le ayuda a seguir Leire en una de las pausas.

–El señor de fuera…, bueno, el primero de ellos, estaba claro que entraba enfermo al tren. Ya en Barcelona me he dado cuenta. “La gente es una irresponsable” he pensado nada más verle, y de hecho he evitado acercarme a él todo lo posible… Pero ella ha empezado a increparle –lo dice señalando a la señora mayor– y me he visto obligado a intervenir. Le he tocado, he estado recibiendo sus virus mientras discutían, y me ha parecido tan injusto que es cuando he decidido exponerme lo menos posible: tenía que terminar con él antes de que acabara él conmigo. Alguien me dijo por el Facebook que cuando un enfermo muere deja de eliminar virus.

–Eso no es así –dice casi para sí misma Leire maldiciendo las redes sociales.

–No lo sé, a mí me lo han dicho… Tenía que buscar la manera de que se muriera sin que se notara… y me he acordado de mi insulina.

–¿Tu insulina?

–Sí… soy diabético. Normalmente, en los viajes la guardo en mi departamento, en una neverita; pero como me han destinado a este vagón y no tenía donde dejarla, la he guardado en esa nevera –señala a la puerta detrás de la que la policía la ha sacado.

–¿Y viajas con insulina de acción rápida? –le pregunta el comercial.

–Siempre la llevo. Soy poco constante con mi tratamiento, y me pierde un buen dulce, por eso me recetan esta… aunque me insisten mucho en la dosis que me tengo que poner ante una urgencia, y es una mínima parte del vial.

–Por eso has deducido que una dosis alta podía provocar la muerte –reflexiona en alto Leire.

–Le puse un vial entero. Cuando usted intervino en la discusión, aproveché para salir del vagón, cargar el vial y volver rápidamente. La ventaja es que en un revisor no se fija nadie, somos parte del mobiliario del tren. No sabía cuándo inyectárselo y usted me dio la solución. Sacó a todo el mundo del vagón y se quedó sola con el enfermo, pero luego me llamó y me hizo salir de la cafetería.

Leire lo recuerda, pero también que después de hablar con él se quedó mirando como volvía a la cafetería antes de entrar ella en el aseo.

–Usted me ordenó volver a entrar. Yo me retrasé en la puerta de la cafetería y, poniendo la excusa de que me volvía a llamar, volví a salir en cuanto vi como se encerraba usted. El resto está claro, ya llevaba la insulina cargada en el bolsillo. El caballero estaba dormido y yo creo que ni se enteró del pinchazo.

–¡Jodeeer!… –esta vez es el actor.

–¿Y el segundo? –Leire quiere que siga sin distraerse.

–El otro señor empezó con síntomas claros dentro de la cafetería. “Otro más” pensé, y tomada la decisión con uno, no tenía excusa para el segundo.

–Ya estabas detrás de la barra, con lo que pudiste coger la insulina sin problemas… –piensa en alto la inspectora–. Y le pinchaste justo al salir todo el grupo del vagón en respuesta al grito de Rosario.

–Así es… En la pequeña aglomeración le inyecté en la pierna. Yo pensaba que iba a tardar más tiempo en hacerle efecto, lo que no me podía imaginar es que era diabético.

–Casi se muere allí mismo –interviene la estudiante de veterinaria.

La inspectora ya tiene lo que necesita. Sale de la barra para llamar a sus compañeros cuando duda un momento; se acuerda del desmayo de la señora del perro. La mira a ella y acto seguido al revisor, pidiéndole una explicación. Él la entiende enseguida.

–También está enferma… tiene el virus, ¿no lo ve?

–Pero no le has pinchado.

–No he podido –y el revisor saca de su bolsillo una caja de cápsulas.

Leire la mira sin entender que es. Deja que se acerque el delegado del laboratorio farmacéutico, pero este se encoge de hombros y vuelve a su posición. Oriol parece que sonríe ante la ignorancia de sus compañeros de viaje.

–Estoy dentro de un estudio clínico. Por mi falta de constancia con las inyecciones de insulina. Me dan estas cápsulas que son insulina oral. Es algo todavía experimental, pero funcionan.

–Y le has puesto una a Rosario en su infusión.

–Dos –responde el revisor–, en cuanto la he visto empezar con la fiebre. Le repito que, una vez tomada la primera decisión, no tenía opción con el resto. Lo que nunca me imaginé es que el virus fuera tan rápido en su contagio.

Leire guarda silencio, y sorprendentemente la señora también.

Por fin la inspectora coge su teléfono móvil y marca el número de su superior.

–Ya –se limita a decir.

En pocos segundos las puertas se abren y, como si fuera el final de una película de ciencia ficción, un ejército de personas uniformadas con trajes blancos de protección, gafas, mascarillas y guantes, hace su entrada a la cafetería y se llevan a todos los pasajeros; solo a uno, por indicación de la inspectora, le esposan las manos en la espalda.

Leire no es menos en esa situación. Dos militares de tan extravagante ejército la acompañan fuera y la ponen delante de un señor mayor que ella, gordo, casi obeso, prácticamente calvo y sin embargo con unas cejas oscuras y demasiado pobladas. A pesar de la mascarilla que distorsiona su voz, la policía la reconoce perfectamente.

–Enhorabuena, inspectora Sáez de Olamendi. Ha hecho usted un gran trabajo.

 

* * *

Madrid, pandemia del coronavirus. Abril 2020

 

Daniel Carazo Sebastián

Veterinario

Daniel Carazo: No es lo que parece, sino lo que es, foto libros daniel carazo

 

 

 

 

 

 

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