La pérdida de vertebrados terrestres se está acelerando y afectará a la salud de los seres humanos, según biólogos

En 2015, el biólogo de la Universidad de Stanford Paul Ehrlich fue coautor de un estudio que declaraba que la sexta extinción masiva del mundo estaba en marcha. Cinco años después, junto con otros investigadores ha hecho una actualización mucho más pesimista al estimar la tasa de extinción es probablemente mucho más alta de lo que se pensaba anteriormente y está erosionando la capacidad de la naturaleza para proporcionar servicios vitales a las personas. Todo ello tendrá consecuencias también para la salud humana, alerta.

Su nuevo artículo, publicado esta semana en ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’, indica que el comercio de vida silvestre y otros impactos humanos han eliminado cientos de especies y llevado a muchas más al borde de la extinción a un ritmo sin precedentes.

En perspectiva, los científicos estiman que en todo el siglo XX, al menos 543 especies de vertebrados terrestres se extinguieron. Ehrlich y sus coautores estiman que es probable que casi el mismo número de especies se extinga solo en las próximas dos décadas.

Los efectos en cascada de la tendencia incluyen una intensificación de las amenazas a la salud humana, como COVID-19, según los investigadores.

«Cuando la humanidad extermina poblaciones y especies de otras criaturas, está cortando la extremidad sobre la que se sienta, destruyendo partes funcionales de nuestro propio sistema de soporte vital», advierte Ehrlich, Ehrlich, profesor emérito de Estudios de Población de la Escuela de Humanidades y Ciencias de Stanford y miembro superior del Instituto de Medio Ambiente de Stanford Woods.

«La conservación de las especies en peligro de extinción debería elevarse a una emergencia nacional y mundial para los gobiernos e instituciones, igual que la perturbación climática a la que está vinculada», advierten.

El estudio se produce a raíz de una carta del pasado 7 de abril de un grupo bipartidista de senadores instando a la administración Trump a cerrar los mercados que venden animales vivos para alimentos y mercados de vida silvestre no regulados, entre otras medidas para detener el comercio de vida silvestre ilegal y productos de vida silvestre.

Las presiones humanas, como el crecimiento de la población, la destrucción del hábitat, el comercio de vida silvestre, la contaminación y el cambio climático, amenazan críticamente a miles de especies en todo el mundo.

Los ecosistemas que van desde los arrecifes de coral y los bosques de manglares hasta las selvas y los desiertos dependen de las relaciones de larga evolución de estas especies para mantener su funcionamiento y hacerlos resistentes al cambio. Sin esta robustez, los ecosistemas son cada vez menos capaces de preservar un clima estable, proporcionar agua dulce, polinizar cultivos y proteger a la humanidad de los desastres naturales y las enfermedades.

Para comprender mejor la crisis de extinción, los investigadores analizaron la abundancia y distribución de especies en peligro crítico. Descubrieron que 515 especies de vertebrados terrestres (1,7 por ciento de todas las especies que analizaron) están al borde de la extinción, lo que significa que les quedan menos de 1.000 individuos.

Alrededor de la mitad de las especies estudiadas tienen menos de 250 individuos restantes. Según el estudio, la mayoría de las especies en peligro de extinción se concentran en regiones tropicales y subtropicales que se ven afectadas por la invasión humana.

Además de las crecientes tasas de extinción, la pérdida acumulada de poblaciones (grupos individuales y localizados de una especie en particular) y el rango geográfico han llevado a la extinción de más de 237.000 poblaciones de esas 515 especies desde 1900, según las estimaciones de los investigadores.

Con menos poblaciones, las especies no pueden cumplir su función en un ecosistema, lo que puede tener efectos ondulantes. Por ejemplo, cuando la caza excesiva de nutrias marinas, el principal depredador de los erizos de mar que se alimentan de algas marinas, provocó la muerte de las algas en la década de 1700, la vaca marina que se comió algas se extinguió.

«Lo que hagamos para afrontar la actual crisis de extinción en las próximas dos décadas definirá el destino de millones de especies –alerta el autor principal del estudio, Gerardo Ceballos, investigador principal del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México–. Estamos ante nuestra última oportunidad para asegurarnos de que los muchos servicios que la naturaleza nos brinda no sean saboteados irremediablemente».

La pérdida de criaturas en peligro de extinción podría tener un efecto dominó en otras especies, según los investigadores. La gran mayoría (84%) de las especies con poblaciones menores de 5.000 viven en las mismas áreas que las especies con poblaciones menores de 1.000. Esto crea las condiciones para una reacción en cadena en la que la extinción de una especie desestabiliza el ecosistema, poniendo a otras especies en mayor riesgo de extinción.

«La extinción genera extinción», advierten los autores del estudio que, bebido a esta amenaza, solicitan que todas las especies con poblaciones de menos de 5.000 sean incluidas en peligro crítico en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, una base de datos internacional utilizada para informar las acciones de conservación a escala global.

Estos hallazgos podrían ayudar a los esfuerzos de conservación al resaltar las especies y las regiones geográficas que requieren la atención más inmediata. Comprender qué especies están en riesgo también puede ayudar a identificar qué factores podrían ser los más responsables del aumento de las tasas de extinción.

Entre otras acciones, los investigadores proponen un acuerdo global para prohibir el comercio de especies silvestres. Argumentan que la captura o caza ilegal de animales salvajes para alimento, mascotas y medicinas es una amenaza continua y fundamental no solo para las especies al borde, sino también para la salud humana.

El COVID-19, que se cree que se originó en los murciélagos y se transmitió a los humanos a través de otra criatura de un mercado de animales vivos, es un ejemplo de cómo el comercio de vida silvestre puede dañar a los humanos, según los investigadores.

Señalan que los animales salvajes han transmitido muchas otras enfermedades infecciosas a los humanos y animales domésticos en las últimas décadas debido a la invasión del hábitat y la recolección de vida silvestre para la alimentación.

«Depende de nosotros decidir qué tipo de mundo queremos dejar a las generaciones venideras: uno sostenible o uno desolado en el que la civilización que hemos construido se desintegra en lugar de basarse en éxitos pasados», advierte el coautor del estudio Peter Raven, presidente emérito del Jardín Botánico de Missouri.