Daniel Carazo: Ay, las reseñas… las putas reseñas

Ay, las reseñas… las putas reseñas, foto Daniel Carazo Daniel Carazo: Ay, las reseñas… las putas reseñas

Creemos que al escribirlas y publicarlas estamos haciendo un bien, que estamos ayudando a los demás aportando nuestras opiniones y es verdad que esto, hecho con criterio y reflexión, es así, pero como por desgracia se hace en la gran mayoría de las veces, no. Escribimos las reseñas porque quien disfruta de algo bueno quiere contarlo, pero es que el que tiene una mala experiencia se esfuerza con un ímpetu inusitado en que su opinión se difunda a los cuatro vientos. El problema es que, entre esas dos situaciones, suele haber una gran diferencia: para escribir una reseña buena, nos basamos en una relación prolongada en el tiempo; para escribir una reseña mala, suele valer con una mala experiencia aislada.

Pensamos además que las reseñas las publicamos en plataformas gratuitas… ¿gratuitas?… ¿de verdad? … Lo siento, pero no. Nada es gratis en esta vida, e internet menos. Las reseñas son una fuente de ingresos impresionante para las empresas que las publican, a lo mejor no de ingresos económicos directos, pero sí de ingresos en forma de información sobre sus consumidores que además no hace falta que se esfuercen en conseguir… ¡Nosotros se la damos dócilmente! Todos sabemos que, hoy en día, tener información es tener poder, y tener poder es generar mucho dinero. Con nuestras reseñas, estas plataformas que amablemente las acogen consiguen conocernos, saber qué sitios visitamos, qué gustos tenemos, qué valoramos, qué criticamos… y con todo eso nos manejan luego como a corderitos. Venden y usan todo lo aprendido de cada uno de nosotros para generar publicidad, y entonces sus ingresos son millonarios. ¿Qué nos dan a cambio?, pues únicamente los más fieles reseñistas consiguen un dudoso título de “local guide” y alguna estrella o insignia que puede quedar muy bien al lado de su nombre, pero que no vale para absolutamente nada más.

Aún hay más. Con el mercado de las reseñas, las plataformas que las publican han conseguido que las empresas, autónomos o simples personas físicas gasten fortunas en su prestigio online; que trabajen realmente bien importa poco, pero que parezca que trabajen bien es el objetivo, y eso se puede conseguir solamente invirtiendo dinero en generar ese prestigio digital… Más negocio para ellos.

Si dejamos a parte el tema económico y nos vamos al lado humano, entonces ya sí que el efecto de las reseñas es brutal. Empezamos porque en las reseñas nos califican sobre cinco, y tener menos de cuatro con siete ya es un fracaso… Durante toda mi vida he creído que cinco era un aprobado, y diez la excelencia… Qué equivocado he debido estar cuando, con ese baremo, por debajo del nueve y medio ya serías un don nadie… ¡y a mí que me costaba pasar del siete!

Pero quizá lo peor de las reseñas, lo más dañino y peligroso para la salud mental de mucha gente es el daño moral al receptor de estas. Está claro que una reseña buena, de esas de cinco estrellas, gusta a cualquiera y, como he dicho antes, se suelen escribir basadas en relaciones prolongadas en el tiempo, es decir, con cierto criterio de lo que se opina, aunque por desgracia estas reseñas buenas llaman poco la atención y se ven como normales si se hacen las cosas bien. El peligro son las reseñas malas, esas que se escriben cuando hemos tenido una única y mala experiencia… ¿Es que nadie se ha equivocado alguna vez en su trabajo?, ¿nadie ha tenido un mal día?, ¿nadie ha puesto todo su esfuerzo en hacer algo bien y no le ha salido como pretendía?… No digo que eso se premie, ni mucho menos, pero tampoco que se haga público alegremente y se lance a alguien al foso de los leones para que se despiece al que “puede” que se haya equivocado —y entrecomillo “puede” porque, en muchas ocasiones, es una opinión unilateral y sin derecho a réplica—; las reseñas malas además se suelen dotar de una retórica agresiva, lesiva y cuanto más dañina y despectiva, mejor… ¡Cuánta literatura se pierde en el texto de una de estas reseñas!

Como la vida, y las personas, solemos ser bastante injustas, la realidad es que a quien muestre cien reseñas buenas se le verá con buenos ojos, pero será lo normal si quiere estar en el mercado y no significará que sea bueno, sino que no es malo. ¡Pero que alguien ostente una sola reseña mala!, entonces será investigado, analizado, juzgado e incluso criticado antes de que tenga la opción si quiera de demostrar su valía.

Por todo esto pido que, antes de soltar toda nuestra ira al amparo del anonimato y la seguridad de hacerlo a distancia desde de un ordenador, pensemos que otra persona nos hiciera eso a nosotros sin darnos opción a explicarnos, solo con la posibilidad de defendernos dando nuevamente de comer al monstruo de las reseñas… Dicen, y dicen bien, que no debemos hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros.

Cuando estas expuesto a las reseñas disfrutas de las buenas, por supuesto, y las agradeces enormemente, ¡claro que sí!, pero también sufres enormemente por las malas, y puedo asegurar que la proporción entre una sensación y otra no está para nada equilibrada. A veces es mejor no vivir pendiente de las reseñas ya que corres el riesgo de perder el foco en tu trabajo y de dedicarte más a quedar bien, que a trabajar bien, además de sufrir una tensión constante que llega a provocar ansiedad y merma de facultades.

Así que, por todo lo aquí expuesto, y mucho más que no cabe en este texto, repito lo dicho en el título: ¡Ay, las reseñas… las putas reseñas! Qué engañados nos tienen los que nos premian por ponerlas y cómo nos conocen para manejarnos de ese modo; consiguen que les hagamos el trabajo, les generemos dinero y, de paso, alimentemos de carnaza sus plataformas digitales para tener más usuarios y más negocio… eso sí, siempre hablando de los demás, nunca de ellos.

Daniel Carazo Sebastian
veterinario

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