Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Tres

Daniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo TresDaniel Carazo: COVID-19 Aislados en el tren-Capítulo Tres

 –¿Inspectora? –responde el comisario Álvarez de Ayala al primer tono de la llamada– ¿ya estás en la comisaría?

–No comisario –empieza a explicar Leire intentando calmarse–, todavía estoy de viaje, aunque llegando ya a Madrid.

–¿Entonces? –se nota que el comisario no está acostumbrado a que le llamen sus subordinados sin una causa muy justificada.

–Pues es que tengo un problema –ante el silencio de su interlocutor, la inspectora decide seguir–. Viajamos con un señor que seguramente es positivo al coronavirus.

–¡Lo que faltaba! –Leire se imagina que en Madrid están sobrepasados con las infecciones y cualquier complicación relacionada con el virus es un peso extra sobre algo ya muy cargado –. Espera a ver… Le voy a decir al inspector jefe que te llame y te organizas con él; es tu superior directo aquí en Madrid. ¡Suerte inspectora!

Diciendo esto, el comisario corta la comunicación dejando a Leire sin derecho a réplica. Ella se queda un momento con el teléfono todavía pegado a la oreja, como si le fueran a transferir la llamada. Cuando ya está bajando el móvil, y pensando que va a tener que tomar decisiones ella sola, le sorprende una vez más la sintonía de I’m free, de los Rolling, el tono que eligió para recibir llamadas cuando supo que le habían dado el destino en Madrid y salía por fin de su encierro en Logroño. “Voy a tener que cambiar este tono” –piensa–, “no creo que sea buena tarjeta de presentación en mi nuevo destino”.

–Inspectora Sáez de …

–Sé quién eres, inspectora, te he llamado yo –le interrumpe una voz grave, como de locutor de radio–. Soy tu inspector jefe: Roberto Puig.

No da tiempo a que Leire responda. El inspector jefe sigue hablando precipitadamente.

–Me ha dicho el comisario que viajas con “un positivo”, ¿es así? –y nuevamente sin dejar lugar a respuesta, continúa–. ¡Qué putada! ¿Sois muchos los que estáis con él?, ¿qué posibilidades de aislamiento tenemos?

Antes de que sigan las preguntas, la inspectora intenta exponer la situación. Le explica a su jefe quién es y donde tiene aislado al enfermo, el número de viajeros que le acompañan, y la situación tan particular de limitación de espacio en la que están viajando; así como que hasta el momento solo ella sabe que puede ser positivo al coronavirus. Lo que oculta es que está hablando con él sentada en el minúsculo retrete del vagón, no cree que haga falta que lo sepa y no puede evitar sentirse algo ridícula.

–Bien gestionado –le felicita el inspector jefe, cosa que Leire agradece siempre de un superior–. Voy a dar orden de que cuando lleguéis a Madrid no os dejen bajar a ninguno del tren, al menos hasta que los médicos nos digan lo contrario u os podamos trasladar a algún lugar seguro de aislamiento. No sabes cómo estamos por aquí con este puto virus. Mientras tanto mantén a ese señor separado del resto y trata de que Renfe invite a los demás a tomar algo en esa cafetería donde esperan. Si hay algo gratis siempre las crisis son más llevaderas. Te voy llamando inspectora. ¡Ánimo y suerte!

Al igual que el comisario, el inspector jefe corta la llamada sin dejar a Leire hacer más preguntas. De todas maneras –piensa ella mientras guarda su teléfono– tampoco hay mucho más que pueda hacer ella desde allí dentro. Aprovecha un momento para refrescarse un poco en el diminuto lavabo, se coloca un poco la melena rizada, y sale del aseo dispuesta a que todo el mundo espere tranquilo hasta la llegada de nuevas órdenes.

Una vez en el espacio entre los dos vagones, antes de entrar en la cafetería, decide asomarse al vagón de pasajeros a comprobar cómo se encuentra el enfermo. Desde la puerta lo observa y lo encuentra con medio cuerpo tumbado en el asiento de al lado al que está él, en una postura demasiado incómoda como para que se haya dormido. “O está muy mal –piensa Leire– o a este señor le ha pasado algo”.

–¡Caballero! –le llama sin acceder al vagón–… ¡Señor! ¿Está usted bien?

Al no obtener respuesta, la inspectora activa involuntariamente su alarma interna. Se acerca un poco al asiento del hombre y repite su llamamiento, nuevamente sin respuesta. Ya está demasiado cerca como para que no le oiga, aunque esté profundamente dormido y el señor sigue sin moverse, medio caído entre los dos asientos. Leire tiene miedo a tocarle, por lo del virus, pero sabe que no puede hacer otra cosa; cada vez está más segura de que le ha pasado algo: está mareado, ha perdido el conocimiento, o lo que sea. Finalmente, se pone a su altura y le empuja suavemente en un hombro para que se despierte; la sorpresa de la policía es mayúscula cuando el enfermo –en respuesta a su presión– lo que hace es desplomarse hacia delante, golpeándose la cabeza con el respaldo del asiento delantero; y ni aún así recupera la consciencia.

Leire no puede evitarlo y –olvidándose de todas las medidas preventivas sanitarias a tomar ante un posible positivo a coronavirus– rodea con sus brazos al señor para colocarle en una postura normal. Cuando lo consigue, confirma que ha movido un cuerpo inerte. No se lo puede creer. Para asegurarse de lo que ya sabe, le palpa el cuello buscando un pulso inexistente. Efectivamente, no lo encuentra; pero lo que si descubre es una gota de sangre debajo de donde ha apoyado ella su mano. La policía, más incrédula todavía, se mira los dedos y comprueba que es sangre lo que los ha manchado, inconscientemente se los limpia en la tapicería del asiento y los vuelve a mirar buscando –sin encontrarla– alguna herida de la que haya podido manar el fluido. Vuelve a inspeccionar la zona del cuello que ha tocado y confirma que la sangre sale de una pequeñísima marca que hay en el lateral del cuello del muerto. Su “modo investigadora” –como llama ella a su estado, cuando se olvida de que es persona y solo actúa como policía– se pone a funcionar inmediatamente. Busca razones para entender lo que ha podido pasar allí mientras ella no estaba. Está claro que el señor está muerto, pero no estaba como para morirse, ni esa marca sangrante en el cuello explica una muerte natural. Busca por el suelo, o en los asientos, algo que pueda haber provocado la pequeña herida; por supuesto no encuentra nada. Además, no hay más restos de sangre en ningún sitio, ni siquiera cayendo por el cuello del difunto, solo esa pequeña gota que ha brotado y ya, lo que le lleva a pensar que es una herida hecha con algo muy fino. Se acuerda de las marcas presentes en los brazos de los toxicómanos –se ha hartado de verlas en las largas noches de guardia en Logroño, cuando los tenía que recoger y llevar al hospital– por lo que identifica la causa de la herida como un pinchazo, seguramente realizado con una aguja hipodérmica muy fina. Pero lo que no entiende es qué ha podido pasar. Si el señor se hubiera inyectado algo y le hubiera dado reacción, o incluso se hubiera suicidado ante la posibilidad de contagiar el coronavirus, lo normal que es se le hubiera caído la jeringuilla cerca de él, y allí no hay nada. Por si acaso hurga en los bolsillos del cadáver, le abre las manos, levanta sus piernas, … nada, no encuentra nada.

Está claro que a ese hombre le han inyectado algo, y si ha sido así, ha tenido que ser alguno de los demás viajeros del tren. Leire hace unas respiraciones. En estos casos su experiencia le dice que no mostrar públicamente sus cartas le hace ser mejor jugadora, y si efectivamente alguien ha asesinado a ese señor, cuando más tarde en darse cuenta de que ella lo sabe, mejor. Decide dejar el cadáver donde está y pasar a la cafetería como si no lo hubiera visto; y en el caso de que se encuentre una situación de crisis y le diga alguno que el señor se ha muerto, entonces ocultará que sabe que ha sido premeditado. Tiene que esforzarse y estudiar bien la actitud de sus compañeros de viaje.

Se levanta, hace una última inspección estéril de los asientos donde está el difunto y del resto del vagón mientras sale de él, y se encamina a la cafetería con toda la normalidad que es capaz de aparentar.

 

Daniel Carazo Sebastián

Veterinario

Daniel Carazo: No es lo que parece, sino lo que es, foto libros daniel carazo

 

 

 

 

 

 

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