Los veterinarios pierden, los cazadores ganan

Los veterinarios estamos acostumbrados a que nos den bofetadas por todos los lados. Seguramente somos el colectivo profesional con menos corporativismo que existe sobre la faz de la Tierra y del resto de planetas habitables de la Galaxia. Todas las profesiones se unen, se defienden entre sí y aunque no pido llegar a los niveles de protección que ofrecían los gremios medievales, al menos deberíamos sentir que nuestra profesión está por encima de las personas.

Somos un grupo de profesionales que, quizás por el hecho de trabajar de forma autónoma, independiente, cada uno en su negocio, nunca nos hemos agrupado. Tenemos la mala costumbre de criticar la labor del colega de al lado, porque, queriendo a los animales como los queremos, nos implicamos emocionalmente demasiado y consideramos que los tratamientos y las actitudes que otros toman, al no coincidir con las propias, pueden ser cuestionadas. En el caso de los médicos eso no ocurre; los casos de denuncias a médicos son tan escasos (0,0033% de las consultas en 2015) por el fuerte corporativismo de esa profesión. No he encontrado datos sobre la nuestra, pero si los hubiese, seguro que palmamos en la comparación.

Sufrimos de diversificación y de dispersión, somos una profesión que ejerce en muchos y variados campos, generalmente de manera individual y aislada, por lo que el movimiento “sindicalista” nunca ha arraigado mucho en nosotros.

Luego tenemos las estructuras directoras y directrices, colegios, asociaciones, consejos y demás, que tampoco se han preocupado mucho por la dignificación de la profesión. En un sector en el que la gran mayoría de los colegiados son profesionales liberales que trabajan de manera aislada en su pequeño negocio, los dirigentes colegiales son funcionarios públicos provenientes de las grandes estructuras funcionariales del Estado con un conocimiento nulo o menos que nulo, sobre cómo “ganarse las habichuelas” bregando en un mercado de libre competencia. Son políticos a los que la profesión le ha importado un pito, porque la profesión que ellos conocen es la que se desarrolla en los despachos y en los ministerios, pero que es totalmente distinta de la realidad que vive el 95% de los colegiados. Porque estos dirigentes tienen el sueldo asegurado trabajen o no trabajen, produzcan o no, se equivoquen o acierten, mientras que el veterinario que asiste a un parto en medio de un monte a las 3 de la madrugada, o el que tiene que racanear una radiografía o una analítica con el propietario de un perro, al que quiere mucho pero le parece caro pagar por unas pruebas diagnósticas para su mascota, o el veterinario que tiene que asegurar la higiene en una industria bajo el control financiero de sus jefes, ha de estar siempre pendiente de muchos factores para llegar a final de mes. Ha de preocuparse, no sólo de su trabajo como veterinario, sino que ha de ser un relaciones públicas con los dueños de los animales a los que trata, un gestor de su empresa, un contable para mantener todo el papeleo e impuestos que las Administraciones públicas exigen y además, concertar una vida familiar.

Con los años nos han ido quitando competencias profesionales que antes teníamos y que ahora ya no son exclusivas nuestras, como todo lo relativo a Higiene Alimentaria, Bromatología y alguna otra que se me olvidará. También somos el único colectivo sanitario que no tiene opción de disponer de un MIR, porque parece ser que los médicos no quieren. Somos profesionales sanitarios libres, pero no podemos comercializar los productos farmacéuticos que usamos. Lo pueden hacer las comerciales veterinarias, las cooperativas e incluso algunos ganaderos, pero nosotros no. Nos tratan como a los médicos, pero solo en lo malo.

Ahora parece que también hemos perdido frente a la Federación Española de Caza. Y aquí no voy a hablar sobre si la caza es buena o mala, porque conozco veterinarios cazadores y otros que no lo son. Son opciones personales, respetables las dos. Aquí quiero hablar sobre la nueva figura que se crea, la del “cazador con formación específica en sanidad animal”. ¿Y esto en qué consiste? Pues según la web de Ilustre Colegio de Veterinarios de Alicante sería:

Cazador con los conocimientos suficientes de la patología de caza silvestre, adquiridos a través de formación específica, para poder someterla a un primer examen sobre el terreno. Tiene que estar presente durante la batida y será informado por los cazadores, previa la evisceración, de cualquier comportamiento anómalo observado antes de cobrada la pieza. Los requisitos mínimos de formación específica se definen en el anexo IV del presente real decreto.”

Resumiendo, cualquiera, ahora, puede hacer un reconocimiento de un animal muerto en una cacería. Me gustaría ver una ley semejante relacionada con la medicina humana. Por ejemplo, la figura del futbolista especialista en lesiones musculares para hacer la inspección de la lesión en el campo o la del banderillero con formación específica para tratar las cornadas en la misma plaza. Nadie lo permitiría y los médicos pondrían el grito en el cielo.

Pues nosotros nos hemos de tragar esa figura, la del cazador con formación de sanidad. Una posibilidad de trabajo menos para los veterinarios. Y la Justicia le ha dado la razón a la Federación de Caza. Aunque viendo como está la Justicia en España, tampoco es de extrañar.

Nosotros necesitamos hacer una demostración de fuerza para que la Sociedad vea que sin nosotros no podrían comer, beber, abrigarse, enfermaría, estaría más solo sin animales que nos acompañen, en definitiva, la Sociedad se hundiría. Pero para eso necesitamos pensar como grupo, como colectivo, con sentimiento de orgullo de la profesión que ejercemos. Pero una manifestación en la calle, con pancartas, llevando ovejas y vacas, perros y caballos, berreando por los megáfonos no tiene mucho éxito. Los políticos nos engañan con fuegos de artificio. Y nosotros, cual polillas, dejamos que la luz de la vela nos atraiga hasta que nos quema.

Necesitamos unos representantes dignos y preocupados por el colectivo al que representan, necesitamos unos profesionales de la profesión, no unos profesionales de la poltrona. Gente que conozca el día a día de sus colegiados, que sepan lo que es madrugar y asistir a un parto entre lluvias a las 3 de la mañana o bregar con dueños de perros a los que la minuta les parece excesiva y no burócratas de oficina con muebles de roble que fichan de 8 a 3 y tienen un sueldo del Estado. Porque las estructuras actuales son, cuanto menos, ineficientes, ineficaces e inoperantes. Y si no elegimos a los mejores para defendernos, pues luego no nos quejemos de que nadie nos haga caso ni nos tome en consideración con la importancia que tenemos. No nos quejemos de los sueldos de miseria que se pagan, de las condiciones laborales que a veces asustarían al mismo Ben-Hur enganchado a su remo, de la birria de minutas que cobramos por nuestro trabajo y sobre todo, de lo poco que se nos valora en general.

Cuando decidí hacerme veterinario, siempre pensé en que era una carrera vocacional. Como el sacerdocio. Pero como dijo Jesucristo: “demos a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Mantengamos la cabeza fría la próxima vez que tengamos uno de los cientos de retos que se nos presentan al cabo del día, pero pensemos que somos mejores que los médicos, que los arquitectos, que los abogados y que los notarios, porque hemos estudiado como ellos, somos tan profesionales como ellos, pero ninguno es tan amante de sus clientes, de los que atendemos, no de los que tienen que pagarnos, como nosotros. Nadie trabaja gratis. Nosotros, a veces, sí.

Por Nosferatu.